Los primeros rayos de Sol me deslumbran, voy
abriendo poco a poco los ojos. Me encuentro, una vez más, en la habitación más
grande y lujosa de la mansión. Acaricio las sábanas de seda mientras contemplo
la estancia. Todo el suelo está recubierto por una moqueta de color lavanda,
hay un sofá negro, una chimenea, una gran televisión y un amplio escritorio
tras el cual un ventanal enorme con vistas a la calle deja entrar la luz de la
mañana.
Hasta ahora no me había percatado (quizá es porque
estoy más que acostumbrada) del olor a rosas y sangre en el ambiente. Ese
fuerte y empalagoso olor, que tan bien conozco y tanto detesto. Giro la cabeza
y ahí está, tumbado de espaldas a mi lado y aún dormido, el Presidente Snow. Ha
vuelto a suceder.
Con mucho cuidado para no despertarle, intento
levantarme muy lentamente, momento en el cual él se da la vuelta y me echa el
brazo por encima. Su desagradable aliento a sangre se ha intensificado, y eso
me provoca arcadas. Me lo quito de encima, aunque él no se entera de nada; me
levanto y me dirijo a mi habitación.
Una vez allí decido darme una ducha de agua fría
para despejarme, he pasado una noche de lo más desagradable. Aunque ahora que
lo pienso, cada día de mi existencia es lo suficientemente duro como para
querer olvidarlo. Cuando salgo del baño, veo algo de ropa encima de mi cama.
James, el sastre personal de Snow, me asigna cada día la ropa que debo vestir.
Como “acompañante” suya que soy, debo estar presentable ya que me veo obligada
a asistir con él a muchos eventos. Así que me dispongo a vestirme.
Hoy, llevaré un vestido de color beige, sencillo
pero a la vez muy bonito, el cual me cubre los hombros y deja un poco al
descubierto mi espalda. También me ha dejado un par de medias y unas bailarinas
del mismo color. Sonrío, sabe perfectamente que odio llevar tacones. Puede que
James trabaje para Snow, pero eso es precisamente los que nos une a todos en
esta casa, somos como una familia. Una vez vestida, me miro al espejo.
Cepillo mi cabello rubio. Bajo mis ojos verdes se
distinguen unas vistosas ojeras; esta es una de las señales más obvias de la
angustia que padezco últimamente, y los otros sirvientes de la mansión lo
entienden mejor que nadie. Intento disimularlas con un poco de maquillaje.
Salgo de la habitación y camino hacia las escaleras.
Por el camino, voy encontrándome con gente del servicio. Todos me dan los
buenos días, pero noto en sus miradas esa mezcla de tristeza y compasión.
Tampoco se cortan un pelo cuando murmuran a mis espaldas cosas como “pobre
niña”. Aunque no les culpo.
Bajo hasta el salón para desayunar, y ahí está Snow,
que por lo visto ya se ha despertado. Está gritando a un chico del servicio. Lo
conozco, tiene más o menos mi edad, es un avox y lo trajeron hace poco. No sé
lo que habrá pasado, pero en un momento lo veo tirado en el suelo mientras Snow
le propina unas cuantas patadas. Miro la escena horrorizada.
-¡Basta, por favor! – grito.
Al verme, el rostro de Snow se torna en su habitual
sonrisa de enfermo.
-Oh. Buenos días, pequeña – me dice, como si nada.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Nunca había sentido
tanto asco hacia una persona. Todos sienten un miedo atroz hacia Snow, pero sé
que a mi me deja pasar cualquier insolencia. Así que le reprocho:
-No soporto que trates así a la gente. Es horrible –
le digo, y me arrodillo junto al muchacho. Le ayudo a levantarse y, entre
muecas de dolor, asiente en señal de gratitud. Yo le sonrío tristemente.
-Tu inocencia te pierde, querida – me responde
fríamente.- Con la bondad no se llega a ninguna parte. Tienes que hacer ver a
toda esa escoria que eres tú quien manda. O si no te perderán el respeto y la
cosa se te irá de las manos.
Sé a lo que se refiere. Al parecer, todos los
distritos de Panem se han revelado gracias a Katniss Everdeen, la ganadora de
los 74º Juegos del Hambre, más conocida como la Chica en Llamas. Su coraje es
digno de admirar. Parece que el Presidente no se ha levantado de muy buen
humor, y no me gusta estar cerca cuando está enfadado.
-No tengo hambre. Creo que daré un paseo. - No
contesta. Supongo que eso es un sí.
Me dirijo a la cocina a dar los buenos días al resto
del servicio, y allí encuentro a Fiona, la que un día fue la mejor amiga de mi
madre. Cuando murió, ella le prometió que se haría cargo de mí (dentro de lo
que cabe) y que se aseguraría de que no me faltase nada. Algo irónico, ya que
hace apenas un par de meses, Snow me convirtió en su “protegida”.
-¡Blair!-exclama, y me abraza con fuerza. Más que
alegrarse de verme, parece que está muy preocupada, como casi todas las
mañanas. Y todo el mundo sabe por qué.
-¿Anoche…?- me pregunta. No hace falta que termine
la frase. Le asiento. – Mi pobre niña…-ésta vez me abraza con mas fuerza, y sus
ojos se empiezan a enrojecer. Esta escena se repite día tras día, y a mi me
empieza a incomodar un poco. Más que incomodarme, me avergüenza terriblemente.
No soporto ver a la gente llorar, y más aun si es
por mí, porque soy yo la que tendría que estar llorando a cada minuto. No
quiero estar allí, así que me apresuro a despedirme y salgo de allí a toda
prisa.
Hola, María! Soy Kationak, la administradora del blog Perla de Carbón. Acabo de descubir tu historia, y debo decirte que me ha sorprendido gratamente. Tu escritura es sólida, sin faltas de ortografía, y la gramática es perfecta. Es justo lo que debería requerirse para empezar un blog, pero no siempre se cumple, por eso me ha encantado leer este primer capítulo. Veo que llevas poquito tiempo en esto, así que ánimo, tienes todo mi apoyo :)
ResponderEliminarMe ha fascinado la trama, así que prometo leerme todos tus capítulos en mis ratos libres ^^
Enhorabuena, y ya me verás comentando tus entradas :)